Fuente y foto: El Sáhara de los Olvidados / Elisa Pavón / Activistas de Resistencia Saharaui en los territorios ocupados
Tiene 33 años, está casado y es padre de un hijo. Trabajaba como funcionario en el área de Educación en El Aaiún, en materia de información respecto a estudios universitarios (los ciudadanos del Sahara Occidental deben desplazarse a universidades marroquíes en Agadir, Marrakech o Rabat) y, como todos los saharauis que participaron en el Campamento Gdeim Izik, sólo pretendía una mejora en sus condiciones de vida.
Se llama Mohamed Khona Babit y la condena emitida por el Tribunal Militar de Rabat, el 17 de febrero de 2013, rompió sus ilusiones y su plan de vida, en un juicio calificado de ignominia, que no ofreció garantía alguna a los acusados. 25 años de prisión que cumple en la cárcel de Sale 2, cerca de la capital de Marruecos, con el resto del grupo de presos del Gdeim Izik.
Mohamed Khona durante los 9 días de desarrollo del juicio, impulsó la entrada en la sala con cánticos, gestos y gritos a favor de la autodeterminación del pueblo saharaui, razón por lo que el Tribunal Militar le obligó varias veces a callar de un modo imperativo, que fue protestado enérgicamente por la defensa.
En este trabajo que emprendimos de acercarnos a las familias de los presos para conocer de primera mano la situación de cada uno de ellos en la cárcel, sorprende la firmeza de los testimonios, alejados de las lágrimas y el sufrimiento, que van por dentro. También el hecho de que vamos viendo que todas las familias transmiten, por un lado, que lo más difícil es soportar la distancia entre El Aaiún y Rabat, que supone un impedimento para visitar a los presos. Por otro lado, la voluntad de que no sean individualmente protagonistas, sino que se mantenga el concepto de unidad de un grupo de civiles saharauis que fue condenado injustamente por un Tribunal Militar a penas de entre 20 años y cadena perpetua.
La hermana de Mohamed Khona Babit, Alkawriya, comenta en este vídeo que su hermano padece fuertes dolores en el hombro y la espalda, que se agudizan con el frío y la humedad. Se le quiebra la voz al denunciar que todos los presos han hecho una huelga de hambre de una semana de duración y que “nadie ha contestado a sus peticiones”. Siete días sin ingerir alimentos deteriora de manera importante la salud, máxime si tenemos en cuenta la precariedad de las condiciones de su reclusión y de sus propias fuerzas físicas. “Como las otras familias de los presos -asegura Alkawriya- estamos desesperados, porque necesitamos más apoyo para que este tipo de acciones de protesta se escuchen y sirvan para que se adopten medidas”.
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