Por David Bollero / Posos de anarquía
Somos estúpidos por naturaleza. El hecho de que el hombre sea un animal racional no nos convierte automáticamente en inteligentes, sino que nos facilita el potencial; en nuestra mano está aprovecharlo o no y, a la luz de los acontecimientos, diría que no lo aprovechamos todo lo que debiéramos.
Son muchos los españoles a los que el conflicto del Sáhara Occidental les resulta indiferente. Ninguno puede decir que le resulte lejano, pues cuando secuestran a 200 niñas en Nigeria rápidamente colgamos en Twitter el hashtag de turno. ¿Por qué no lo hacemos con una causa que implica a quienes fueron un día nuestros compatriotas del mismo modo que los son los de la provincia de al lado? No nos resulta lejano, no, sencillamente lo alejamos.
Si echamos la vista atrás, vemos cómo comenzando por Juan Carlos I y siguiendo con todos y cada uno de los presidentes de los sucesivos Gobiernos democráticos se ha traicionado a los que un día fueron españoles de pleno derecho. No se salva ni uno. Todos y cada uno de ellos -ahora sumamos a la relación a Felipe VI- prefieren mirar en dirección opuesta a los campamentos de refugiados saharauis y sentarse a la mesa de Mohamed VI, al que perdonan una ocupación ilegal y una larga lista de asesinatos, torturas y violaciones de libertades. Dicho de otro modo, todos los mencionados anteriormente, comercian con Derechos Humanos, los de los saharauis, a cambio de mantener unas buenas relaciones comerciales/diplomáticas.
Hoy mismo, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero viaja nada menos que hasta Dajla, la antigua Villa Cisneros, que se encuentra en los territorios ocupados del Sáhara Occidental, donde viven miles de saharauis separados de sus familias por el Muro de la Vergüenza y que son violentamente reprimidos cada vez que intentan manifestarte. La misma ciudad a la que en reiteradas ocasiones se ha prohibido la entrada de numorosos activistas así como de políticos españoles con cargo electo (muchos de ellos de Izquierda Unida).
El motivo de la visita es la celebración del Foro Crans Montana, que pretende ser un foro de reflexión al estilo de Davos y que este año aborda, entra otras cuestiones, la posibilidades de desarrollo del continente africano. La ubicación del evento de este año no es una torpeza, aunque muchos quieran verlo así. No, al menos, para los organizadores. Quienes se preguntan cómo es posible celebrar un evento que aborda el desarrollo africano en una ciudad que, según el Derecho Internacional y la ONU, lleva ocupada ilegalmente casi 40 años, es que realmente no sabe lo que significa el “desarrollo africano”. Para quienes organizan Crans Montana es lo mismo que sentar las bases para el neocolonialismo y, en esa coyuntura, dictadores como Mohamed VI son muy útiles, porque mientras ellos se enriquecen, dejan que su pueblo se muera de hambre. Admitiendo la marroquinidad del territorio con la celebración de este foro en Dajla, le pasan la mano por el lomo al sultán en espera de futuras contrapartidas.
Lo sangrante es que un expresidente como Rodríguez Zapatero, el mismo que alumbró la Alianza de las Civilizaciones, acuda al foro. Imagino que es para intentar seguir en el candelero y obtener una cuota de popularidad como hiciera en su día Felipe González, sin darse cuenta de que su peso, influencias y contactos internacionales nada tienen que ver con los del sevillano. Ni siquiera es cuestión de carisma -que también- sino de épocas. Los tiempos convulsos de cambio que vivió González propiciaron que tejiera una red de contactos tan variada en la que podían encontrarse representantes genuinos tanto de la izquierda como de la derecha aunque, finalmente, los que más le interesaron a Isidoro fueron los empresariales, independientemente de su ideología.
Sea como fuere y como ya hiciera en sus legislaturas -especialmente en la última, con su connivencia en la matanza del campamento de la libertad Gdeim Izik– ZP vuelve a comerciar con los Derechos Humanos de los saharauis. Aún no se ha olvidado cómo tanto él como la que era su ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, se pasaron unas Navidades a todo lujo en Tánger sólo un año después de Gdeim Izik, quizás como regalo a sus servicios prestados.
Y aquí enlazo con el arranque de esta entrada, ¿por qué somos estúpidos? Porque llevamos unos cuantos años pagando esa estupidez. A todos los que les pareció lejano el conflicto saharaui no se dieron cuenta -o no quisieron- de que nuestros gobernantes estaban comerciando con Derechos Humanos y, quien lo hace una vez, abre la puerta a repetir. A muchos españoles eso les dió igual, pero entonces vimos cómo un Aznar nos metía en una guerra ilegal que nos traería, entre otras, el peor atentando yihadista vivido en Europa; vimos cómo un Rodríguez Zapatero, el mismo de los avances sociales, modificaba la Constitución sin consultar al pueblo permitiendo que la rentabilidad estuviera por encima del bienestar ciudadano y estamos viendo ahora a un Rajoy con el que hemos conseguido tasas históricas de paro, la mayor desigualdad vivida en España y unos umbrales de pobreza crónica que rayan lo tercermundista, al tiempo que el número de millonarios crece a un ritmo de 700 nuevos al año.
Dejar que un gobernante pisoteé los Derechos Humanos, aunque no sea de compatriotas -en el caso saharaui, sí lo son- es habilitarles para que, el día menos pensado, como nos ha sucedido a nosotros, antepongan los intereses económicos a los humanos en nuestro propio país. Y así nos va. ¿Escarmentaremos algún día?