Fuente: EL DIARIO.ES Óscar F. Civieta – Zaragoza. 02/07/2015
Sukeina Yedehlu es una activista saharaui por los derechos humanos, que pasó doce años de su vida en cinco cárceles clandestinas marroquíes sometida a continuas torturas
Su condena, dice, “era una muerte lenta y agónica”. Consiguió salir con vida y actualmente sigue luchando por la independencia del Sáhara
Está segura de que el Sáhara será libre, pero no sabe cómo, ni cuándo, ni si ella lo verá
El pasado martes se proyectó en Zaragoza el documental Soukeina. 4.400 días de noche, dirigido por la zaragozana Laura Sipán y producido por el Observatorio Aragonés para el Sáhara Occidental
Sukeina Yedehlu tiene ahora 58 años. Doce los pasó en cinco cárceles clandestinas marroquíes donde cada noche se acostaba pensando que al día siguiente no iba a despertar. Más de medio siglo luchando por la libertad del pueblo saharaui. Tenía cuatro hijos cuando fue capturada por primera vez en enero de 1981, uno de ellos, una niña, murió mientras ella estaba en la cárcel. No llegaba al año de vida.
Ha sufrido en sus propias carnes la máxima expresión de la crueldad humana. Pero no se rinde. Sigue ansiando que su pueblo sea libre. Está segura que lo conseguirán, pero tiene dudas de si ella llegará a verlo. Sus ojos no emanan tristeza, sino rabia y unas ganas infinitas de continuar.
El martes pasado Sukeina estuvo en Zaragoza en la proyección del documental Sukeina. 4.400 días de noche, dirigido por la zaragozana Laura Sipán y producido por el Observatorio Aragonés para el Sáhara Occidental, en el que la activista narra su historia en primera persona. Una historia que le ha contado a eldiario.es Aragón, con la ayuda en la traducción de Mamay Hanun, otro activista saharaui en la zona ocupada.
Las cárceles, la tortura
Cuando Sukeina fue detenida por primera vez lo perdió todo. La maternidad, su familia, incluso el miedo. Le quitaron la vida. Entre enero de 1981 y julio de 1991 pasó por cinco cárceles. Sufrió terribles torturas como estar colgada del pelo en unas barras de metal mientras la golpeaban, o colgada con la cabeza hacia abajo y las manos atadas a los pies. A esa posición, dice, “los verdugos la llamaban la gallina asada”.
Kalaat M’gouna fue la cárcel en la que más tiempo estuvo: nueve años y dos meses. Allí, dice, se sentían como “muertos en vida”. Fue liberada el 2 de julio de 1991 «gracias al esfuerzo de varias organizaciones de derechos humanos. Su familia fue a recogerla, pero no reconoció a sus hijos, solo a la más pequeña y porque recordaba una cicatriz en su dedo de cuando tenía dos años. Había pasado una década, su corazón «estaba roto» y su «familia deshecha».
Menos de un año después, en mayo de 1992, volvió a la cárcel. Regresaron las torturas, el agua sucia y llena de crema de afeitar y lavavajillas para beber y la comida con escarabajos. Así hasta que el 31 de diciembre de 1993 quedó de nuevo en libertad.
En la prisión, si las pillaban estudiando las torturaban. Tenían tres pretensiones principales: aprender, tener un juicio justo y recibir la visita de familiares. Otras como mejorar la alimentación o recibir medicación, “eran secundarias”.
Ahora vive en Smara, donde nació, pero sigue sin ser libre. No lo será hasta que su pueblo sea independiente. Hasta que termine la ocupación marroquí. La llave, afirma, la tiene el Gobierno español. “Si hubieran escuchado nuestras reclamaciones, Marruecos no hubiera invadido el Sáhara Occidental”, se lamenta.
El documental
En el documental, rodado en Smara, aparece en diversas escenas uno de los nietos de Sukeina. En una de ellas coge una bandera saharaui y le pide a su abuela que se la regale. Tiene ocho años y, como señala la activista, pertenece a una generación que ha vivido siempre bajo la ocupación marroquí, han sentido “el terror, el miedo”. Han visto como torturaban a sus padres y “ya no tienen miedo a nadie ni a nada”. Tiene otro nieto de dos años que, cuando ve a la Policía, busca piedras al instante. En las almas “de la generación de la Intifada ha crecido el amor a la patria, a la nación saharaui”.
Esa naturalidad para comentar cosas tan crueles, es de los aspectos que más llamaron la atención a la directora del documental, Laura Sipán, durante la semana que convivió con Sukeina y su familia. Todo el rato hablan de eso, señala, “de que han matado o han torturado”.
Grabar esta historia, reconoce, le ha revuelto mucho por dentro. En el Sáhara no se ha encontrado a gente triste, sino a personas que resisten. Que están en su casa y no piensan abandonarla. Cuenta que la idea partió del Observatorio y que no dudó en entrar en el proyecto. Cree que es importante contar lo que sucedió y lo que sigue ocurriendo. Que la gente sepa qué hizo el Gobierno español. Y la vida de Sukeina, asegura, “es como una metáfora de todo lo que ha pasado”.
Afirma que rodar en territorio ocupado no fue fácil. En todo momento estaban vigilados, tenían que esconder el material, incluso pegándose las cintas y las tarjetas de memoria a su propio cuerpo. Ya en el aeropuerto de Gran Canaria, una vez que embarcaron hacia El Aaiún, unas personas (probablemente de los servicios secretos marroquíes) comenzaron a hacerles preguntas y presionarles. No es un lugar para rodar, «sino para robar planos», sentencia.
Con fuerzas para seguir
Todo lo que ha vivido Sukeina no hace, ni mucho menos, que piense en la rendición. De sus palabras se desprende que aún tiene fuerza. Y mucha. Asegura que no recuerda las veces que han atacado su casa o la «han apaleado». En la actualidad es la presidenta de FAFESA, un foro que trata de lograr un porvenir para las mujeres saharauis. Porque son ellas, las mujeres, y también los niños, los que para Sukeina más están sufriendo con esta ocupación.