Fuente: El Diario / Por Momoitio (@andreamomoitio)
- Este año, 4.678 niños y niñas de los campamentos de refugiadas y refugiados saharauis viajan gracias a programa Vacaciones en paz
- La situación del pueblo saharaui es insostenible: llevan fuera de su tierra 40 años ante el abandono de la Comunidad Internacional
Salimos de los campamentos de refugiados y refugiadas de Tindouf alrededor de las doce de la noche. El calor es algo más soportable, pero las temperaturas rondan los 40 grados. Al menos, durante la noche, corre algo de aire. El resto del día, el calor pesa. Caminar es todo un reto porque debes enfrentarte a una masa inmensa de calor, que te impide moverte con agilidad. Los habitantes de la zona, cedida por Argelia cuando Marruecos ocupó el Sahara Occidental, parecen acostumbrados. Estos días, sin embargo, se les está haciendo más duro. Están en pleno Ramadán y algunos, a partir de las cinco de la tarde, tienen dificultades para hablar. El calor seca la garganta y no pueden beber agua.
Llegamos al aeropuerto sobre la una de la mañana. Nos ha escoltado la policía argelina, que apoya al Frente Polisario en la protección de los y las cooperantes que acuden a visitar la zona. En octubre de 2011, secuestraron en Rabuni, la zona administrativa de los campamentos, a 3 jóvenes. No pueden volver a arriesgarse a la mala prensa. Han levantado un Estado provisional, como todo lo que hacen, porque mantienen intacta la esperanza de volver a casa.
En el aeropuerto militar de Tindouf nos encontramos con un centenar de criaturas. Viajan gracias al programa Vacaciones en paz. Algunas están alteradas; otras, duermen en cualquier esquina. En el ambiente se respiran nervios y cansancio. Para muchos y muchas es la primera vez; el resto conocen ya a las familias que les van a acoger durante el verano. No han facturado nada. Llevan encima pequeñas mochilas y puesta, la mejor de sus ropas. El programa del Frente Polisario, que se inició a mediados de los 90, contempla que pueden viajar los niños y las niñas de entre 7 y 12 años. Hacen excepciones con los pequeñajos que tienen alguna diversidad funcional.
La organización es ejemplar. Primero, les toman las huellas dactilares; luego, comprueban que todos los datos que llevan colgados en una tarjeta en el cuello son correctos; para terminar, les piden que los repitan. Quieren asegurarse que se los saben de memoria. El grupo que nos cruzamos aquella noche viajan a Catalunya y al País Vasco. A ojo serán en torno a 200. En el avión juegan, se mueven de un sitio a otro, se ríen a carcajadas. Algunas y algunos caen rendidos. La mezcla de nervios y aeropuerto es agotadora.
Los próximos dos meses vivirán con familias muy distintas a las suyas, en casas en las que no falla la corriente eléctrica, hay grifos y lavadoras. Puedo intuir la cara de sorpresa que pondrán quienes viajan por primera vez. Mientras tanto, sus familias biológicas seguirán en los campamentos de refugiados y refugiadas. Naciones Unidas no parece tener intención de mover ficha; España y Marruecos tienen muchos intereses en común; el resto de la Comunidad Internacional se mantiene al margen; los grupos de activistas no logran la incidencia política; la ayuda humanitaria no es suficiente para redimir el abandono al que hemos sometido a este pueblo.
Sahara Occidental es el único país africano que aún sigue, según Naciones Unidas, en vías de descolonización. El padre del señor que dice ser nuestro rey entregó el país a Marruecos. La mayoría no ha vuelto a pisar su tierra desde que decidieron huir. Solo el día que vuelvan a casa, los niñas y las niños saharauis, recuperarán sus veranos.