EL DIARIO.ES Iker Armentia
La relación de las autoridades españolas con los saharauis repite un mismo patrón: buenas palabras pero, al final, pleitesía a Marruecos
El Sahara Occidental es uno de los ejemplos más claros del abismo que separa a los gobernantes españoles y la ciudadanía a la que representan
«El pecado que España cometió contra el Sahara sigue siendo fuente de sufrimiento para quienes un día fueron ciudadanos suyos de pleno derecho». Tomás Bárbulo
El legionario español Larry Casenave entró en el cine Las Dunas un viernes de octubre de 1975. En los urinarios le esperaban tres activistas del Frente Polisario. Lo vistieron con un turbante y una derraá y lo sacaron sigilosamente del cine. Larry había desertado del ejercito español. Durante 20 días estuvo escondido en una casa en la que pasaba entre nueve y diez horas al día sin moverse dentro de un pozo. Cuando la invasión del Sahara Occidental era inminente, Larry fue trasladado a Mauritania. En Mahbes, junto a otro grupo de extranjeros, coincidió con El Uali, uno de los líderes del Polisario. El Uali le explicó que haría todo lo posible para que pudiera volver a España cuanto antes. Él respondió que se quedaría con los saharauis para ayudar en lo que fuera.
–Esta no es tu guerra –le dijo el guerrillero.
– Ya sé que no es mi guerra como español, pero sí lo es como persona –contestó Larry.
El legionario luchó con los saharauis.
La semblanza de Larry Casenave la narra Tomás Bárbulo en ‘La historia prohibida del Sahara Español’ y es una de las pocas excepciones en uno de los episodios más tristes de la reciente historia de España: la traición al pueblo saharaui, de la que se van a cumplir 40 años el próximo mes de noviembre.
La historia es conocida. El Sahara Occidental era la provincia número 53 de España. Como el resto de países de su entorno, tenía derecho a un proceso de descolonización y un estado independiente. Sin embargo, el régimen franquista de la época cedió a las presiones de Marruecos y entregó el Sahara a Hassan II. A la ocupación del Sahara le siguió la guerra, hasta que en 1991 se firmó una tregua con la promesa de un referéndum de autodeterminación auspiciado por la ONU.
Han pasado más de dos décadas y la consulta no se ha celebrado. Parte del pueblo saharaui vive marginado y reprimido bajo la ocupación marroquí y otra parte está refugiada en los campamentos argelinos de Tinduf. Los Acuerdos de Madrid firmados el 14 de noviembre de 1975 por España, Marruecos y Mauritania nunca fueron validados internacionalmente y la responsabilidad de España sobre su excolonia sigue vigente.
La relación de las autoridades españolas con los saharauis repite un mismo patrón: buenas palabras pero, al final, pleitesía a Marruecos.
El 2 de noviembre de 1975, el rey Juan Carlos, entonces jefe de Estado en funciones –Franco estaba a punto de estirar la pata–, viajó a El Aaiún y en el casino de oficiales se dirigió a los mandos militares de la colonia: «España cumplirá sus compromisos. Deseamos proteger los legítimos derechos de la población saharaui». Según han desvelado los cables de Wikileaks, tres días después, el rey Juan Carlos avisó a EEUU de los planes de Franco en el Sahara, una ayuda nada desdeñable para una potencia que –Henry Kissinger mediante– había dado luz verde a la invasión marroquí del Sahara.
El rey Juan Carlos y Hassan II cultivaron durante años una profunda amistad. «Hassan II era mi hermano mayor», dijo Juan Carlos días después del fallecimiento de su colega marroquí (por cierto, ¿cuántos amigos tiene Juan Carlos con las manos manchadas de la sangre de su pueblo?). Los legítimos derechos de la población saharaui todavía están esperando la promesa del rey Juan Carlos.
El 14 de noviembre de 1976, Felipe González, secretario general del PSOE, viajó a los campamentos de refugiados para apoyar al Frente Polisario: «Sentimos vergüenza de que el Gobierno no haya solo hecho una mala colonización sino una peor descolonización, entregándoos en manos de gobiernos reaccionarios como los de Marruecos y Mauritania. Nuestro partido estará con vosotros hasta la victoria final». Otra promesa que no iba a tardar mucho en romperse.
Con el paso del tiempo Felipe González fue alejándose del Sahara y se convirtió en un defensor del régimen marroquí. «El país con mayor espacio de libertades que conozco del mundo árabe es Marruecos, incluidas las autoridades del Sahara Occidental». A González se le olvidan los desaparecidos en cárceles secretas, las detenciones arbitrarias, los juicios sin garantías y las torturas, los muertos y los apaleados. A González se le olvida la represión documentada por diferentes organizaciones internacionales y periodistas. Pero bueno, ya sabemos que para Felipe González la dictadura de Pinochet era algo parecido a una tarde de cañas con demasiada lluvia.
El PP también se ha sumado a las filas del cinismo. Durante los años de oposición a Zapatero, criticó –con razón– que el Gobierno socialista no condenara el desmantelamiento violento del campamento de protesta que los saharauis habían levantado a las afueras de El Aaiún, en los territorios ocupados. Pero años después, ese mismo PP que acusaba a Zapatero de renunciar a defender los derechos humanos para no disgustar a Marruecos, hace lo mismo: el Gobierno de Rajoy ha denegado asilo político en España a Hassana Aalia, un activista de 27 años, condenado a cadena perpetua por su participación, precisamente, en aquel asentamiento de El Aaiún. El pasado mes de febrero el PP impuso su mayoría absoluta para rechazar en el Congreso la concesión del asilo. Afortunadamente, un mes después, la Audiencia Nacional suspendió la expulsión de Hassana Aalia. La concesión de su asilo sigue en los tribunales. El PP puede apuntarse también a la lista de traidores.
El Sahara Occidental es uno de los ejemplos más claros del abismo que separa a los gobernantes españoles y la ciudadanía a la que representan. Mientras ellos se dedican a incumplir promesas, miles de ciudadanos en toda España han mostrado durante estos 40 años su solidaridad con el pueblo saharaui: han entregado ayuda para los campamentos de refugiados o han acogido niños en sus casas para evitarles el horror de un verano a más de 50 grados de temperatura en el pedregal en el que viven en Tinduf.
Es irónico pero el propio Felipe González lo decía en 1976 y podría repetirse hoy: «Quiero que sepáis que la mayor parte del pueblo español, lo más noble, lo más bueno del pueblo español es solidario con vuestra lucha». Sí, Felipe, pero lo menos noble del pueblo español ha traicionado la lucha de los saharauis. Y lo sigue haciendo.