Cuando en 1975 el ejército marroquí invade el territorio saharaui, comienza nuestro sufrimiento. A partir de ese momento, somos objetivo de los cuerpos policiales marroquíes debido a que nuestra familia se resiste a la ocupación y nuestros hermanos forman parte de la dirección del Frente POLISARIO.
El primer día de marzo del 1976 un grupo de la Gendarmería Real marroquí irrumpe en nuestra casa y secuestra a nuestro padre, SALEK ABDESSAMED, un cheij notable y respetado por toda la sociedad saharaui. Los días siguientes fueron de desesperación y miedo. No conocíamos su paradero y temíamos por su vida.
A las dos semanas de su secuestro, otro grupo compuesto por la policía judicial marroquí y la DST (Dirección de la Seguridad Territorial), irrumpieron de nuevo en mi casa y nos apresaron junto con mi madre, BATUL SIDI. Después, registraron todo y destrozaron nuestro hogar. Mamía y yo, Fatma, éramos unas niñas de 13 y 14 años.
Aterrorizadas y con vendas en los ojos, nos llevaron a la comisaría central de policía en Agadir. Fuimos sometidas a interrogatorios y torturas, despojadas de nuestra ropa y sin recibir alimentos. El único alivio que sentimos en ese tiempo, fue reconocer la voz de mi padre que hablaba con otros hombres en alguna celda cercana.
A diario nos sometían a torturas por cualquier motivo. En una ocasión, recibimos una fuerte paliza porque nos sorprendieron hablando. A Mamía la aislaron en un reducido espacio debajo de la escalera donde permaneció durante un mes, sin poder moverse y durmiendo sobre un cartón.
El 15 de abril siguiente, fuimos trasladadas junto a otros detenidos y en condiciones infrahumanas, a la cárcel de Agdez (1), en la región de Ouarzazate, (sureste de Marrakech).
En esa fortificación custodiada por una compañía de fuerzas auxiliares, permanecimos unos cinco años. Recibíamos palizas, porrazos, patadas por todo el cuerpo, sobre todo a la hora del reparto de comida o en el corredor hacia los aseos. En esa cárcel éramos más de 130 saharauis, entre hombres y mujeres, distribuidos y hacinados en pequeñas celdas colectivas, oscuras y sin luz eléctrica. En la nuestra éramos 12 mujeres. No teníamos mantas, no había asistencia médica, ni siquiera nos permitían ir al baño. Durante todos esos años nuestra ropa fue la misma que vestíamos en el momento del secuestro.
La poca higiene y el escaso alimento: un poco de sémola de trigo con algunos garbanzos en agua caliente y servido en platos oxidados, provocó que muchos comenzáramos a caer enfermos. Tuberculosis, anemias, diarreas, problemas digestivos, reumatismos, hemorroides… Incluso la pérdida de peso en algunos casos fue tan grave que los presos no podían caminar. Nuestra madre no resistió más y murió el 17 de junio de 1977 a consecuencia de las torturas sufridas y las condiciones del encarcelamiento. No recibió ningún auxilio. Su cuerpo permaneció toda la noche en la misma celda que nosotras. El mismo destino conocieron otros 27 presos saharauis que murieron y fueron enterrados en fosas comunes.
Por temor a las incursiones que el ejército saharaui llevaba a cabo en el sureste de Marruecos, en octubre de 1980 fuimos trasladados, de forma inminente, a la cárcel de Kalaat Maguna (1). Los presos saharauis en esa prisión superaban los trescientos. Todos sufríamos a diario torturas y vivíamos en las mismas condiciones infrahumanas. Mi padre murió allí el 27 de mayo de 1983 debido a las torturas y las enfermedades que le provocaron. Unas horas antes de su muerte nos permitieron verlo diez minutos con la condición de no llorar, ni lamentarnos, ni hablar con él, ni tocarlo. Accedimos con tal de ver de nuevo su rostro aunque fuera unos instantes. Ese mismo día murió. A lo largo de los diez años y medio que permanecimos en esa cárcel murieron otros 14 presos saharauis, incluido mi padre.
Entre 1989 y 1990, Mamía tuvo que ser operada dos veces. La mantenían atada a la cama por un pie y un guardián, que se hacía pasar por enfermero, custodiaba la puerta de acceso a la habitación. No recibió tratamiento analgésico ni antibiótico.
Nuestra historia no puede ser resumida en unas cuantas líneas, se trata de casi 16 años de sometimiento a una situación infernal. Hemos presenciado la muerte de nuestros padres y el final de una vida que apenas comenzábamos a vivir, para caminar otra marcada por el dolor. No éramos culpables de nada, solo de ser una familia saharaui que se oponía a la invasión.
De estas cárceles secretas no se sabía nada en el exterior. Los mismos soldados de la compañía que custodiaban la cárcel, eran investigados y amenazados con desaparecer si daban alguna información que pudiera delatar la ubicación de los presos políticos saharauis.
Nadie supo nada de nosotras nunca, ni en los Territorios Ocupados, ni en los Campamentos de Refugiados, hasta que fuimos liberadas el 26 de junio de 1991, gracias a la presión internacional ejercida por el Frente POLISARIO, Amnistía Internacional y la Cruz Roja.
Al salir de la cárcel, fuimos objeto de persecución continua. Recibíamos insultos, visitas de la policía y citaciones cuya única finalidad era la de amenazarnos con ser devueltas a las mazmorras. Nos acosaban en todos lados y amenazaban nuestra integridad. Fue por ello, que un día decidimos lanzarnos al océano en una patera, después de haber pagado un dinero al patrón marroquí que trabajaba para las mafias de inmigración.
A pesar de lo duro del viaje, con la idea constante de que podíamos morir ahogadas, llegamos a las Islas Canarias el 25 de octubre de 1999, donde solicitamos refugio y asilo político que nos fue concedido el 21 de diciembre del 2000.
Desde ese momento no hemos dejado de denunciar las barbaridades que hemos sufrido y el genocidio que ha vivido el pueblo saharaui. Denunciamos la situación que soporta nuestro pueblo en los Territorios Ocupados del Sáhara Occidental a manos del régimen marroquí y denunciamos las violaciones sistemáticas contra los Derechos Humanos de los saharauis en las zonas ocupadas, práctica diaria contra los jóvenes de la Intifada saharaui. Desde mayo de 2005 miles de personas, en su mayoría mujeres y jóvenes, son torturados en las ciudades saharauis ocupadas, en el sur de Marruecos y en las universidades.
Centenares de activistas saharauis de Derechos Humanos, son sometidos a juicios sumarios con acusaciones policiales falsas e infundadas. Desde esa fecha, 14 saharauis han sido asesinados y otros muchos han quedado con secuelas físicas graves de por vida. El territorio saharaui ocupado sufre un bloqueo sistemático ante las delegaciones políticas, las ONG, instituciones de DD.HH. y observadores internacionales, a los que se les prohíbe la entrada o se les expulsa sin motivo.
El despliegue policial es permanente y la represión es el método empleado a diario por parte del régimen marroquí contra los manifestantes pacíficos saharauis que exigen su derecho a la autodeterminación e independencia acorde con la legalidad internacional.
La querella interpuesta ante la audiencia nacional en Madrid contra los altos mandos y oficiales marroquíes por el genocidio practicado contra nuestro pueblo, en la que nosotras hemos prestado testimonio, es una prueba más que evidencia la dimensión de las prácticas genocidas perpetradas durante estos 40 años.
Pero este camino tortuoso y terrible que hemos vivido, lejos de debilitarnos, ha reforzado nuestra moral y determinación como ejemplo vivo que molesta a Marruecos. Si nuestro apego a la noble Causa del pueblo saharaui era incuestionable, el martirio padecido nos infunde mayor firmeza y arrojo para seguir en la lucha hasta lograr la independencia y la libertad.
La mujer saharaui es un símbolo de lucha y de resistencia, no solo por mantenerse firme ante las agresiones del régimen marroquí, sino por la valentía que demuestra cada día a la hora de defender los derechos de su pueblo. Ellas son las que encabezan las manifestaciones, levantan con brío la bandera saharaui y desafían al ocupante marroquí. La mujer saharaui demuestra que es luchadora y que no teme sufrir la represión por defender sus derechos legítimos.
Hoy en día, las mujeres saharauis en los Territorios Ocupados, a pesar de las enormes dificultades y persecuciones que sufren, están organizadas mediante el Foro para el Futuro de las Mujeres Saharauis (FAFESA) y en todo lo que esté relacionado con la lucha por la Independencia. Participan en distintos comités y llevan a cabo acciones conjuntas.