Fuente: diasporasaharaui-es
A nadie le sorprende el resultado de las elecciones legislativas en Marruecos. El hecho de que el Partido Justicia y Desarrollo, el partido en el poder, haya ganado ya se había decidido, probablemente, en los gabinetes del palacio real. Exactamente igual que el hecho de que a la escena política marroquí solo entrasen los partidos que hayan jurado fidelidad a la corrupción de la monarquía alauita.
Al igual que en todos los comicios anteriores, no ha habido sorpresas en estas elecciones cuidadosamente orquestadas. Desde su entronización en 1999, Mohammed VI, gracias al apoyo de Francia ha perfeccionado el arte de crear una democracia de fachada. París necesita presentar a Marruecos como única democracia en el Magreb para justificar su apoyo a Rabat en su ocupación del Sáhara Occidental y sus violaciones de los derechos humanos en la antigua colonia española. Por eso, en los últimos años, se han llevado a cabo cambios superficiales, con el fin de pretender cumplir con las normas y los estándares internacionales, pero dejando, en la práctica, todos los poderes en manos del rey.
La pretendida democracia marroquí es una mascarada basada en elecciones amañadas para servir la agenda exterior del régimen y garantizar el apoyo de los aliados a Marruecos en su enfrentamiento contra la comunidad internacional. Las elecciones no son más que una farsa donde el elector puede votar pero no puede elegir. El ganador, el Partido Justicia y Desarrollo fue creado por Driss Basri en los años setenta para combatir a los militantes de izquierda. En aquel entonces se llamaba Juventud Islámica y su líder actual, Abdelilah Benkirane, participó, en 1975, en el asesinato del opositor marroquí Omar Benjelloun, uno de los fundadores y dirigentes de la Unión Nacional de Fuerzas Populares, el partico de Ben Barka, que fue también fue asesinado en 1965 en pleno corazón de París. En 2011, el régimen marroquí permitió al PJD ganar las elecciones para absorber la cólera de la juventud marroquí durante la Primavera Arabe.
Marruecos habla de más de 200 observadores internacionales llegados para controlar los comicios. Sin embargo, los fraudes han sido enormes. El régimen mobilizó a sus miles de secuaces que forman el cuerpo de jefes tribales, mouqadems y caïds para sembrar el miedo y distribuir dinero entre las castas más pobres del país. Si observadores hubo, no llegaron al territorio del Sáhara Occidental donde las autoridades de ocupación pretenden que la participación de los saharauis en estas elecciones ha sido masiva.
El fraude fue denunciado por el presidente del gobierno actual en persona, Benkirane. Un fraude orquestrado por el ministro del interior y la DST, los servicios secretos marroquíes. Esta última se encargó de averiguar, seguir y documentar las aventuras sexuales de algunos miembros del PJD.