Saharauis arriesgan sus vidas en misiones de desminado en una de las zonas más peligrosas del mundo
El Sáhara Occidental, una de las últimas colonias en el mundo, sigue siendo víctima de una de las más crueles estrategias de guerra: la siembra masiva de minas antipersona y antitanque. A lo largo de 2.700 kilómetros, el llamado «muro de la vergüenza», construido por Marruecos en los años 1980, divide el territorio e impide el retorno del pueblo saharaui a su tierra ocupada. Esta barrera, además de separar familias y comunidades, esconde bajo su arena un peligro invisible y letal: más de diez millones de minas, que han convertido la región en uno de los territorios más minados del mundo, solo superado por Laos y Afganistán.
A pesar de los enormes riesgos, muchos saharauis se presentan como voluntarios para misiones de desminado, arriesgando sus vidas con el objetivo de limpiar su tierra de estas armas mortales. Una de ellas es Zuenuha Cheikh Ali, entrevistada recientemente por el diario francés L’Humanité, quien ha participado en estas labores por compromiso con su pueblo, pero también por su propia historia familiar.
Un campo de minas en el desierto: 72 tipos de explosivos de 14 países
Según L’Humanité, que cita a Taleb Haider, director de la Oficina Saharaui de Coordinación y Acción contra las Minas, en la región existen 72 tipos de minas distintas, fabricadas en 14 países diferentes. Durante décadas, estas armas han mutilado y asesinado a miles de saharauis que habitan o transitan por las zonas afectadas.
«Lo que Zuenuha dice con una calma olímpica es, sin embargo, aterrador. Son minas. Antipersona o antitanque, diez millones de ellas esparcidas en la arena del desierto», describe el artículo de L’Humanité, en el que la joven saharaui explica cómo se preparó para realizar su labor.
El desminado en el Sáhara Occidental no es solo una cuestión de seguridad, sino de derechos humanos y supervivencia. La presencia de estos artefactos explosivos impide el acceso a zonas de pastoreo, dificulta la vida cotidiana de los habitantes y sigue cobrando víctimas cada año. Muchas de ellas son niños o personas que simplemente intentaban desplazarse por su propio territorio.
La guerra y los drones marroquíes: un peligro añadido para los voluntarios
Desde la reanudación del conflicto en 2020, cuando el Frente Polisario declaró roto el alto el fuego tras una nueva agresión marroquí en Guerguerat, el peligro para quienes participan en misiones de desminado se ha multiplicado. Marruecos ha modernizado su arsenal y ahora emplea drones armados para atacar a la población civil y a los saharauis que se encuentran en los territorios liberados.
Según L’Humanité, al menos 127 civiles saharauis han sido asesinados desde 2020 por estos drones de combate, que Marruecos ha adquirido principalmente de Israel, con quien mantiene estrechas relaciones militares. Ante esta nueva amenaza, muchas ONG han detenido sus misiones de desminado, priorizando la seguridad de sus equipos.
La propia Zuenuha ha tenido que suspender su labor debido a estos riesgos. “Por el momento, no he regresado en misión de limpieza de minas”, explicó. Pero eso no ha apagado su determinación. «Hoy en día, con la guerra, es muy peligroso. Pero, en cuanto haya una campaña, estaré preparada», aseguró.
Un compromiso personal y una lucha por la justicia
Zuenuha no solo se ha ofrecido como voluntaria por un deber nacional, sino también por su propia historia personal. Su familia ha sido víctima directa de estas minas. Su padre es uno de los cerca de 6.000 saharauis que han sido mutilados por estos explosivos. «Fue herido en 1985, durante la primera guerra, y le amputaron un miembro», relató la joven.
La suya no es una historia aislada. Durante décadas, miles de saharauis han sufrido las consecuencias de estas armas, utilizadas por Marruecos como una herramienta de terror y ocupación. Los supervivientes de estas explosiones no solo deben enfrentarse a las terribles secuelas físicas, sino también a la falta de recursos médicos en los campamentos de refugiados y en los territorios liberados.
A pesar de las dificultades, Zuenuha sigue convencida de que su labor es esencial para el futuro de su pueblo. «Cuando me fui en mi primera misión, tenía un bebé de unos meses. No sabía si iba a volver. Pero lo hice porque nuestra tierra tiene que estar libre de minas, para que algún día podamos regresar sin miedo», afirmó.
El muro de la vergüenza: una herida abierta para el pueblo saharaui
El muro construido por Marruecos en los años 1980 no solo es una barrera física, sino también un símbolo de la ocupación y la represión contra el pueblo saharaui. Su construcción ha sido denunciada reiteradamente por organismos internacionales, ya que viola el derecho del pueblo saharaui a la libertad de movimiento y al retorno a su tierra.
Mientras Marruecos sigue contando con el apoyo militar y político de potencias extranjeras, los saharauis continúan resistiendo, tanto en el frente diplomático como en el campo de batalla. Y aunque la guerra ha vuelto al Sáhara Occidental, con un conflicto que sigue invisibilizado por la comunidad internacional, mujeres como Zuenuha y cientos de voluntarios siguen luchando en otra batalla: la de limpiar su tierra de minas, para que algún día su pueblo pueda vivir en libertad y seguridad